El 8 de marzo de 2011, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, hacía menos de una semana que había comenzado mi viaje por Latinoamérica. Aún estaba en la línea de salida, México DF, y tenía por delante 40.000 km y 10 meses de mochila y experiencias que ni yo mismo sospechaba que tendría.
Aquel 8 de marzo llegué, casi por casualidad, al Monumento a la Madre de Ciudad de México. Ya os conté en su momento más detalles sobre este enclave. Me apropié de la leyenda del pedestal de la estatua principal para bautizar aquel post, y hoy, exactamente 4 años después, vuelvo a hacer lo mismo para analizar lo que implica este día.
Hoy en Ciudad de México hubo varios actos de conmemoración del 8 de marzo. En Tlalpan, por ejemplo, actuaba Lila Downs, alguien que desde siempre ha resaltado la belleza de la identidad femenina a través del folclore mexicano y la fusión con otros géneros. Había mercados especiales, talleres, charlas, recuerdos a las mujeres más importantes de la historia e incluso una esquina donde varias peluqueras cortaban el pelo gratis a quien se acercara.
Lo que se espera del sexo femenino
Ayer hablaba con una amiga sobre la celebración del 8 de marzo. Me di cuenta de lo mucho que queda por hacer todavía por reivindicar. ¿Igualdad de derechos equivale a que las mujeres puedan ejercer un rol masculino? Creo que no. Le conté mi punto de vista: que igualdad de derechos implica más bien asuntos como la igualdad de salarios, o que no te pregunten en una entrevista de trabajo si tienes planeado ser madre en los próximos meses (pregunta que, por cierto, no suelen hacerle a un hombre).
Hay quien todavía entiende el feminismo como «contra-machismo», y eso es un pozo de contradicciones que lleva a enfrentar lo femenino con «ser mujer y hacer las cosas como hombres». Esa es una gran trampa: asumir que lo femenino esté impregnado de ese aura de sensibilidad. Eso que hoy día se espera del sexo femenino puede ser perjudicial para hombres y mujeres.