Ciudad de México es caos, ruido, personas apachurrándose en el metro, vendedores de cualquier cosa inimaginable… pero también es magia. Las tradiciones luchan por sobrevivir, y los símbolos ancestrales se imponen en el subconsciente sin que mucha gente ni siquiera lo sospeche. Uno de ellos es el símbolo del venado. Encontrar imágenes de venados en México es relativamente frecuente, pero este animal, asociado principalmente a la cultura huichol, está igualmente muy presente en casi todas las mitologías y religiones del mundo.
La ciudad está salpicada de venados, y a cada paso que damos somos testigos de la guerra entre la tradición y la modernidad, una guerra ajena a los huicholes, que han mantenido casi intactas sus tradiciones y rituales, y que veneran el origen de la vida, la sanación y la profundidad del ser.
Venados en México y la Ciudad Monstruo
Hay un lugar en lo que todavía se considera Ciudad de México donde podemos encontrar venados de carne y hueso: el Desierto de los Leones. Este enorme bosque, aún parte de la megápolis, alberga entre sus sombras ejemplares de venados de cola blanca. Eso sí, dentro de la urbe solo podemos encontrar venados en forma de estatuas, que rinden homenajes explícitos a este animal. El lugar más inmediato es el llamado Parque de los Venados, con varias esculturas repartidas por su gran extensión.
En la Polanco, una de las zonas más exclusivas de la ciudad, también podemos encontrar un arco con dos venados a cada extremo, que coronan la Avenida Horacio, y que son testigos del incesante vaivén de godínez que se dirigen a sus puestos de trabajo. No es casualidad que esta avenida, llamada anteriormente «Paseo de las Américas», usara este animal como símbolo de unión cultural Latinoamericana.
Mitología y cultura popular del venado
Desde que el hombre adquirió una conciencia superior, el venado siempre estuvo allí. En la imaginería colectiva están las primeras pinturas rupestres que describen escenas de cacerías de ciervos, que probablemente también tenían un sentido ritual, además del meramente alimenticio.
Muchas mitologías consideran al venado un animal sagrado. En la mitología clásica griega, está la historia de Agamenón, que mató a un ciervo o venado consagrado a Artemisa y ella, llena de furia, exigió un sacrificio humano para compensar el agravio. La ira de Artemisa provocó una peste entre los griegos que retrasó la zarpa de los barcos hacia la Guerra de Troya. En la cosmovisión maya, el venado está asociado a la fertilidad, la lluvia, la sequía y, en una visión más global, la guerra. Para ellos, la guerra significaba la confrontación de los elementos, y su sistema de concepción dual (muerte/vida, cielo/tierra, lluvia/sequía, inframundo/mundo terrenal, etc.) también incluía la cacería del venado como transición entre etapas.
Lejos del imperio maya, en la tradición celta, el venado también es un animal que simboliza la conexión con la naturaleza. En gaélico, Dahm y Eilid eran las representaciones masculina y femenina del ciervo, que representaban diferentes áreas de la vida. Eilid era portadora de la feminidad, la sutilidad y la gracia. Dahm era portador de la independencia, la purificación, el orgullo y la energía sagrada del bosque.
El budismo, el hinduismo, el catolicismo… prácticamente todas las religiones tienen al venado o el ciervo en un lugar privilegiado de su mitología. En la cultura popular, el venado también es una figura recurrente. El filme «El último mohicano», que ha superado en fama al libro en que está basado, recrea una escena de cacería de un venado donde tras cazarlo, le piden perdón y le honran por su coraje, su velocidad y su fuerza. La pureza de este animal sirvió también para representar el patronus de «Harry Potter», un espíritu animal, único, personal e intransferible, encargado de proteger a cada mago y que solo se podía invocar a través de bellos recuerdos. No es casualidad que esta criatura siga inspirando energía positiva, salvo en algún caso.
Huicholes, venados y magia
Pero si hay una cultura que hoy en día venera a los venados en México, es la cultura huichol. Los habitantes del desierto de Wirikuta han permanecido siglos imapasibles ante las conquistas culturales, a excepción de la amenaza que está suponiendo la concesión estatal de un área dedicada a la minería, manteniendo sus tradiciones hasta el punto de que dedican su vida completamente a la creencia de que sus rezos y peregrinaciones por el desierto mantienen el mundo funcionando.
Según la tradición huichol, en el desierto de Wirikuta nació el sol y por tanto, tuvo lugar el origen del mundo. Allí habitan las deidades y espíritus guardianes del mundo, y por tanto cada planta, piedra y árbol son sagrados. Es una zona de acceso muy restringido para los no-huicholes, y que ellos mismos se encargan de preservar. El Tatewari (el «Abuelo») es el fuego que guió a un maxa (venado) hasta allí, el cual elevó el sol entre su cornamenta. Cada año, los hucholes peregrinan desde Wixarika (en Jalisco) hasta la zona de San Luis Potosí (unos 400 km), recreando la ruta que siguió el venado para crear el mundo.
La vida huichol es una vida de constante sacrificio. La mayoría de ellos gastan lo poco que ganan (principalmente vendiendo sus artesanías) en peregrinar y ofrendar al Tatewari. Para ellos, el venado es el animal sagrado, junto con el águila, la serpiente y, en menor medida, el lobo. El venado es la conexión directa con el hikuri, la planta sagrada también conocida como peyote, cuya toma, unida a un trabajo de profundización, conlleva la conexión directa con nuestro ser. Las velaciones son las ceremonias de ofrenda al Abuelo, donde se pide permiso y se venera a los guardianes para poder hacer ese trabajo de profundización en el ser.
Hikuri (peyote) y maxa (venado) son uno, carne y tierra en comunión divina, y salir a buscar peyote se le llama, directamente, «cazar peyote/hikuri«, como si de un animal se tratase (aunque ciertamente un huichol no busca peyote, sino más bien el peyote le encuentra a él). En ocasiones, los marakames (sacerdotes) necesitan cazar un auténtico venado de carne y hueso. La cacería suele durar días, ya que el venado es casi imposible de cazar. Son días en los que el marakame pasa hambre, sed, insolación y acaba exhausto. En ese momento, es el propio animal el que se apiada de él y se deja cazar voluntariamente.