Aunque la literatura de Cortázar se enmarca muchas veces en el ámbito de lo fantástico, creemos más apropiado incluirla en el surrealismo, ese movimiento artístico surgido en Francia que proponía encontrar la «verdadera realidad» no condicionada por la razón, por nuestra visión habitual de las cosas (literalmente, «surrealismo» viene del francés «sur réalisme«, «por encima de la realidad»). Como decía Paul Éluard, uno de los primeros surrealistas, «hay otros mundos pero están en éste».
La lectura de «Opio: diario de una desintoxicación» de Jean Cocteau supuso para Cortázar en su adolescencia la entrada en la literatura contemporánea:
Me abrió a una de las puertas que llevaban a vertiginosos paisajes llamados Chirico, Roussel, Einsenstein, Picabia, Radiguet, Rilke, Gide, Buñuel, Picasso, Diaghilev, Dalí, Satie.
Además de estos autores, Cortázar admiró a André Masson, de quien incluso tenía dedicado un libro, y no es de extrañar que muchas de sus narraciones breves se caractericen por mostrar una visión alternativa de la realidad, como por ejemplo «Instrucciones para subir una escalera», que convierte algo tan trivial como desplazarse por una escalera en toda una peripecia.