Ciudad de México. La ciudad monstruo. Monstruosa en tamaño y en talento, alberga a más de 8 millones de habitantes, que sumados a los del Estado de México y a un municipio del Estado de Hidalgo, resultan más de 20 millones de habitantes en toda la Zona Metropolitana del Valle de México.
Ciudad de México. La capital de un país que, tristemente, ocupa el primer lugar en contaminación en Latinoamérica. Aquí no importa si eres o no fumador, ya que se puede decir que el aire Distrito Federal lleva su propio tabaco incluido de serie. Pero si de rankings hablamos, tampoco es despreciable la posición que ocupa en el índice de felicidad mundial: el 22. España, por cierto, ocupa el puesto 62.
México. Un país que es capaz de las monstruosidades más horribles, peores incluso que las que salen en las noticias, y que también es capaz de las cosas más hermosas, mejores incluso que las que no salen en las noticias. De lo primero, basta con mirar los tabloides de bazofia amarillista que venden en los puestos callejeros y que me niego a enlazar. De lo segundo, basta con pensar en algunos ejemplos de las artes que han nacido aquí: música popular, contemporánea, lírica, danza, literatura, poesía, pintura, escultura, arquitectura (precolombina y moderna), cine, fotografía, gastronomía, tradiciones prehispánicas, deportes, ciencia, folclore…
Conocer México es una tarea inabarcable. Y tratar de escribir sobre la inmensidad de todos los recovecos de su cultura es, simplemente, imposible. «Lo mexicano» es ese concepto que generaciones enteras de intelectuales, revistas, libros, blogs y conversadores de ascensor han intentado desgranar. Ese «ser mexicano» está en los vendedores ambulantes del metro, en los limpiabotas, en el olor a tortilla de maíz en el ambiente, en el caos ordenado del tráfico, en el omnipresente chile, en las rodillas arrastradas de los peregrinos hacia la Virgen de Guadalupe, en la fayuca que da de comer a cientos de miles de familias, en la artesanía huichol, en los inaccesibles mixes… México no se puede explicar, porque está en los sentidos. Y no hablemos ya del territorio, que incluye paisajes de fantasía.
La única forma posible de acercarse a lo que es México, es pasando tiempo en México. Cuanto más, mejor. Porque, como con todas las pasiones, cuanto más lo vivas, más podrías llegar a odiarlo. Y ese es el único camino hacia la reconciliación para, finalmente, rendirse al amor por este país.
(Foto de imagen destacada: Pablo López Luz)
Cuando uno está enamorado no puede disimularlo. Y además el amante emana una energía alrededor del amado que lo embellece aún más, que contagia a los que contemplan la escena.
Uno no siempre acaba enamorándose de la chica más guapa de la discoteca…